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RESEÑA
Simone Weil: Carta a un religioso
Traducción de María Tabuyo y Agustín López. Trotta. Madrid, 2011. 70 páginas. 10 €
Jacques Maritain puso en contacto a Simone Weil —nacida en París en 1909 y muerta en 1943, cerca de Londres - con el dominico Jean Couturier, a quien visita en Nueva York en 1942. Poco después le escribe esta carta —con cuya publicación, Trotta continúa poniendo al alcance de los lectores españoles prácticamente todo la obra de la pensadora-, en la que le solicita un claro dictamen: “Voy a enumerarle cierto número de pensamientos que habitan en mí desde hace años (o al menos algunos) […] Le pido una respuesta firme sobre la compatibilidad o incompatibilidad de cada una de estas opiniones con la pertenencia a la Iglesia.”
Así, esta singular misiva, a la que el padre Couturier nunca respondió, está formada por treinta y cinco ideas y reflexiones, donde vuelve a apreciarse la condición de heterodoxa de Simone Weil en relación con la Iglesia oficial: “…cuando leo el catecismo de Trento del concilio de Trento, me da la impresión de que no tengo nada en común con la religión que en él se expone. Cuando leo el nuevo Testamento, los místicos, la liturgia, cuando veo celebrar la misa, siento con alguna forma de certeza que esa fe es la mía o, más exactamente, que sería la mía in la distancia que entre ella y yo pone mi imperfección.”, junto a su insobornable hambre de autenticidad, verdad y pureza, y búsqueda de Dios que, como señaló Pascal, parece a veces escondido.
Lo más característico de Simone Weil, como se ve también en este volumen, es su total empatía con los más desprotegidos, con quienes sufren o padecen rechazo, y su radical visión unitaria entre fe y caridad, aunque destacando la segunda. Leemos en Carta a un religioso: “La caridad y la fe, aunque distintas, son inseparables. Las dos formas de la caridad lo son todavía más. Cualquiera que sea capaz de un movimiento de compasión pura hacia un desdichado (cosa por otra parte muy rara) posee, quizá implícitamente, pero siempre realmente, el amor a Dios y la fe. Cristo no salva a todos aquellos que le dicen: “Señor, Señor”. Salva a todos aquellos que con corazón puro dan un trozo de pan a un hambriento, sin pensar en él en absoluto. Cuando él les dé las gracias, ellos responderán: “¿Cuándo, Señor, te dimos de comer?”.
Ese “movimiento de compasión” es en la ensayista francesa no solo una teoría, sino que lo llevó a la práctica hasta límites absolutos, pues quizá en nadie como en Simone Weil se produce un completo nexo entre obra y vida: aunque es una brillante alumna, que se gradúa en la Escuela Normal Superior de París —donde había ingresado a los diecinueve años con la más alta calificación-, y comienza su carrera docente, pronto la abandona para trabajar en el campo y como obrera en la fábrica Renault, experiencia de la que dice “allí recibí la marca del esclavo”. También, en su estancia en Nueva York, huyendo de la invasión de Francia por parte de Hitler, no descansa hasta volver al Viejo Continente para incorporarse a la resistencia contra los nazis, mientras que de haber permanecido en Nueva York, podría haber sorteado los peligros y calamidades de una Europa en guerra. Finalmente, aquejada de tuberculosis, agrava su enfermedad, que la conduce a la muerte a los treinta y cuatro años, por negarse a comer, en comunión con las penalidades de sus compatriotas de la Francia ocupada.
Simone Weil —sobre cuya figura y obra Trotta ha publicado también Simone Weil. La conciencia del dolor y de la belleza, conjunto de trabajos recopilados por Emilia Bea- no es una pensadora exenta de contradicciones: por ejemplo, resulta chocante que en esta Carta… arremeta contra los misioneros que, sin duda, ofrecen evidentes muestras de abnegación con los más desheredados, por más que suelan desarrollar su labor en el marco de la Iglesia oficial, con la que Weil no simpatiza. E incluso en ocasiones se ha visto en su extremista comportamiento ciertos rasgos patológicos. Pero personajes como ella resultan necesarios para aguijonear la mente y alejar el pensamiento y la reflexión de lo soporífero e inane. Simone Weil es una pensadora incómoda. Y fascinante, como con acierto certificó George Bataille al hacerla protagonista de su novela Le bleu du ciel: “Te inquietaba: hablaba lentamente con la serenidad de un espíritu ajeno a todo. La enfermedad, el cansancio, la desnudez o la muerte no contaban para ella. Ejercía fascinación, tanto por su lucidez como por su pensamiento alucinado.”
Por Adrián Sanmartín